Desde el pavimentado y iluminado de los recién poblados distritos madrileños de los setenta hasta la lucha por el transporte y el ocio saludable en los dos mil. Las asociaciones vecinales han sido a lo largo de décadas escuelas de democracia y motores de cambio en los distritos de la urbe de la capital de España.

En la década de los sesenta la capital ensayó una transformación demográfica sin precedentes. El éxodo rural hizo de esta zona el destino de millones de españoles que procuraban un futuro mejor, no obstante, muchos se encontraron con condiciones misérrimas donde los distritos se asentaban sobre chabolas y lodazales.

Todavía bajo el régimen de Franco, los vecinos empezaron a asociarse de forma informal –las leyes de la dictadura prohibían el asociacionismo–, poniendo común sus protestas y reivindicaciones. Pepe Molina es uno de estos líderes históricos que formó una parte de la primera asociación vecinal de Palomeras Bajas fundada en mil novecientos sesenta y ocho, en el distrito de Vallecas.

Fue el movimiento vecinal el que impulsó la rehabilitación de los veintiocho distritos de la capital española, una lucha dura y larga que dejó hacer de los distritos lugares habitables. “Conseguimos convertir la capital española, los vecinos hicieron de la residencia una reivindicación esencial, que iba acompañada con la equipación y el cambio del barrio”, cuenta Molina, miembro y ex- presidente de la AV de Palomeras Sudeste.

«Logramos convertir la villa de Madrid»

Figura asimismo clave en el movimiento vecinal madrileño es Prisciliano Castro, que llegó a la capital de España emigrado de la “Extremadura de los Beatos Inocentes” con solo dieciocho años. Vivió en una chabola de Orcasitas a lo largo de diez años y asegura “que el amor propio y la tenacidad” fue lo que impulsó su activismo. “Las circunstancias de vivir en un distrito sin nada, sin servicios, calles… te hace tomar parte para ir resolviendo los inconvenientes y unirte con otros vecinos”, resalta Prisciliano.

Un contador de agua con pérdidas y rupturas fue el inicio del activismo vecinal de Marisa Díaz, que con veintiuno años se empezó en el movimiento. «Hicimos una cooperativa y nos reuníamos en la Iglesia. De esto hace cincuenta y tres años. Poco después, ocurrió la matanza de los abogados de Atocha, mataron al letrado que teníamos , Francisco Javier Sauquillo”, cuenta Marisa, muestra de la historia viva de aquellos que vivieron la Transición. Llegó a ser presidente a lo largo de múltiples años de la AV La Unión de Almendrales, cargo que el día de hoy desempeña su marido.

Estos 3 líderes históricos tienen claro que la residencia fue el mayor logro de su generación: hacer de sus distritos lugares para vivir y no simples dormitorios. Desde una farola hasta un hospital, un polideportivo o bien un parque, fueron la lucha de las asociaciones de vecinos a lo largo de la década de los setenta y los ochenta.

Marisa Díaz junto, su marido y miembros de la AV La Unión de AlmendralesInconvenientes que compartían la mayor parte de los distritos del sudeste de la villa de Madrid, distanciados del centro y marcados por una profunda brecha social y económica. Sufrir exactamente la misma discriminación y falta de servicios fue lo que impulsó la creación de la entonces Federación Provincial de Asociaciones Vecinales, germen de la presente Federación Regional de Asociaciones Vecinales de la capital de España (FRAVM).

Logrando su legalización en mil novecientos setenta y siete, la FRAVM empezó una tarea de coordinación y colaboración desarrollada a lo largo de décadas. Prisciliano Castro fue su presidente a lo largo de diecisiete años. Para él las asociaciones vecinales fueron clave en el camino cara la democracia. Hoy, hay doscientos noventa y uno asociaciones federadas de las que ciento ochenta y cinco pertenecen a la urbe de la capital de España. Un número que prosigue incrementando con la creación de nuevas agrupaciones.

Esperanza en las nuevas generaciones

Un movimiento que prosigue vivo merced al relevo generacional que muchos jóvenes han tomado, apostando por la participación ciudadana desde el distrito. Silvia González, de la AV La Unidad de Villaverde Este, cuenta que fue tras su politización en la universidad cuando llegó al movimiento vecinal. “Me di cuenta de que mi distrito no era feo, sino lo que teníamos era un inconveniente de marginación y de discriminación y había que luchar para tener exactamente las mismas ocasiones que en otros sitios”, cuenta Silvia como una parte de su reconciliación con su distrito. La activista vecinal de treinta y dos años es asimismo la Responsable de Igualdad de la FRAVM.

Silvia González, AV La Unidad de Villaverde EstePara Irene Valiente, la llegada a la «aso» –como se refiere a la AV La Nueva Elipa– fue algo que venía dado. Desde pequeña participaba en las actividades que organizaban y en las carreras populares. Fue con dieciocho años cuando comenzó a participar activamente llegando a ser presidente a lo largo de un par de años. Para Irene “era un espacio más de lucha. Siempre y en todo momento ha sido un referente en el barrio”.

Irene Valiente en un acto de la AV La Nueva ElipaAl contrario, Fidel Oliván sí que procuró ser parte desde activismo cuando llegó desde Zaragoza hace diez años a la capital española. Para este joven de veintiocho años, el movimiento vecinal fue una parte de su militancia y una forma de participación. Fidel creó mediante la AV La Mácula de Usera un proyecto de ocio saludable para aproximar el boxeo a los chavales del distrito con “Guantes Manchados”. Hoy, acoge a más de cien jóvenes que hallan una forma sana de divertirse y hacer ejercicio.

«Esto no es un distrito pobre, es un distrito obrero»

A los 3 jóvenes les cuesta resaltar los logros logrados por su generación. Silvia asegura que lograr mudar la imagen del distrito ha sido una de sus luchas primordiales. “Esto no es un distrito pobre, es un distrito obrero. No es un distrito deprimido, es un distrito marginado”, asegura. Asimismo resalta las actividades llevadas a cabo por los propios vecinos como la procesión popular o bien las fiestas del distrito. Algo que asimismo comparte Irene, a lo que agrega la visión feminista que han conseguido introducir.

Fidel Oliván, creador de Guantes ManchadosFidel resopla pensando en los logros; piensa que hay mucho por hacer mas se muestra satisfecho por la convivencia que hoy se ha logrado en los distritos obreros. “La multiculturalidad ya no se plantea, viene dada. Esto no pasaba en los noventa con el racismo y el surgimiento de movimientos de extrema derecha”, resalta el joven como parte positiva de su generación.

Un legado por proseguir

Pese a que el movimiento vecinal prosigue vivo, las fórmulas han alterado. Para Marisa “la gente se está acomodando” y los que lucharon hace décadas “nos hacemos mayores”. Lo mismo opina Pepe Molina, que piensa que, por suerte, al no haber problemáticas tan “gordas” no hay una integración masiva como la de su generación.

Para el histórico de Vallecas, los inconvenientes hay que “batallarlos, perseguirlos y pelearlos con negociación y tiempo”. Se teme que estas fórmulas “no las hemos sabido explicar a la gente joven o bien no son comprensibles en este momento”.

Prisciliano Castro, ex- presidente de la FRAVM. (Foto: FRAVM)Prisciliano asimismo piensa que las cosas han alterado, mas asegura que con “valores y principios” el movimiento vecinal puede seguir. Para los más jóvenes la participación es el enorme reto, y piensan que con la inspiración de sus mayores se proseguirá con el legado.

Lo que une rutas generaciones es el anhelo por reivindicar las pequeñas cosas, aquello que pasa inadvertido por la administración. Desde la limpieza de los distritos, los espacios de ocio, la saturación de la sanidad o bien la amenaza que suponen las casas de apuestas a que anegan los distritos obreros. El movimiento vecinal supone un control democrático de los recursos en aquellas zonas que menor atención reciben.